Precursores de la izquierda abertzale: Eli Gallastegi y Aberri.

Josemari Lorenzo Espinosa. Historiador

         La primera vez que un nacionalista vasco mostró su solidaridad en público con los comunistas fue en 1923. Un artículo firmado en “Aberri” por Eli Gallastegi (1892-1974) reconocía afinidades entre grupos tan dispares como los nacionalistas y los comunistas vascos. Y de paso, la existencia de una lucha de clases en el seno de la falsa hermandad nacional, que Comunión Nacionalista Vasca (antiguo PNV) trataba de inocular a sus militantes. El 24 de agosto de aquel año, Gallastegi recogía en su artículo la conmoción y la solidaridad surgida, entre los jóvenes de Aberri, por el asalto de la policía a la sede del Partido Comunista, en Bilbao, y la muerte de dos de sus militantes.

        Hasta entonces el nacionalismo oficial se había movido en la cuasi negación filo-fascista, de la lucha de clases. El banquero Sota dominaba, entre bastidores y talonarios, el fluir del nacionalismo. Sus empresas empleaban preferentemente a los nativos afiliados católicos de buen comportamiento, su periódico – el Euzkadi- informaba siempre a favor del orden y la moderación, como en el caso de la rebelión irlandesa de 1916. Los huelguistas, si los había, eran seguidores de exóticas doctrinas, ateos, anticatólicos y anti-vascos. No tenía importancia que, ya en 1921, Euskalduna la empresa estrella del millonario afiliado hubiese registrado una sorprendente y nada fraternal huelga. Para el partido y sus ideólogos quien fuese huelguista era un traidor a la necesaria fraternidad nacional. Si además era comunista no podía ser vasco. Y al revés.

        Gallastegi y los aberkides rompieron este esquema sacrosanto, al final de una larga serie de desavenencias con los dirigentes del nacionalismo oficial. Primero fue el debate sobre Irlanda. Mientras la línea oficial demonizaba a los revolucionarios de Pascua, por haber tomado las armas contra la ocupación,  justificaba en cambio la sangrienta represión inglesa contra los patriotas de Dublín. Los jóvenes protestaban y exigían el reconocimiento del levantamiento armado de 1916 y no su condena, como estaba haciendo el Euzkadi, periódico oficial del partido.

        Después fue la polémica sobre la interpretación del aranismo. Mientras los ideólogos sotistas (Kizkitza, Eleizalde y otros) proponían como finalidad del nacionalismo la reintegración foral, los jóvenes exigían la independencia absoluta de España y Francia. Y denunciaban como una adulteración, la interpretación oficial del falso episodio españolista, atribuido a Arana. Finalmente, después de ser expulsados (1921) y refundar el PNV, surgió el debate inevitable sobre la falsa hermandad nacionalista, que negaba la existencia de diferencias y enfrentamientos sociales, entre Capital y Trabajo. Y sobre el reconocimiento de los derechos obreros, frente a los abusos del capitalismo, que trataba de aprovecharse de esa falsa fraternidad racial.

        El marco socioeconómico de este reconocimiento, por parte de Aberri, lo constituye la crisis posterior al final de la guerra mundial (1914-1918). Durante el conflicto, las empresas vascas y españolas, aprovechando la neutralidad del Estado, consiguieron altas cifras de negocio y beneficios. Los armadores, como Sota que fue premiado por Gran Bretaña con el título de “Sir” por su ayuda al Reino Unido, y los financieros vascos hicieron fortunas considerables, mandando a sus marinos a la peligrosa tarea de romper el cerco alemán. Todo ello se resintió al terminar las hostilidades, momento que aprovecharon los grandes empresarios para reducir plantillas y salarios, tratando al mismo tiempo de desmontar al joven movimiento obrero.

        En un panorama, que recuerda mucho al actual, las grandes empresas tras haber acumulado importantes plusvalías hasta 1919, ven como se reduce su cartera de pedidos y sus negocios. La repercusión es importante en sectores como la minera o la siderurgía, muy vulnerables a la coyuntura y base del desarrollo industrial vasco. Los precios al consumo suben, las clases medias acusan el impacto de la recesión y la proverbial codicia capitalista junto a su no menos habitual incapacidad previsora hacen el resto, en un esfuerzo por mantenerlos sus dividendos. Entre 1920 y 21 se cierran varias minas, Altos Hornos suprime empleos y baja jornales, la marina mercante refugio de muchos obreros vascos, registra miles de parados. Las huelgas de esta época son generales y violentas. En el mismo periodo se produce la escisión de los comunistas de la II Internacional, reflejándose inmediatamende en una similar separación sindical y una mayor radicalización de los comunistas. En este escenario de reacción empresarial y respuesta defensiva obrera, incluso la felicidad laboral de los astilleros Euskalduna bendecida por ELA-STV es interrumpìda bruscamente por una huelga impensable, tanto mas cuanto el empresariado nacionalista creía hallarse a salvo de estas alteraciones, impropias de los buenos vascos.

        La prensa, que transmite la ideología dominante de la época, critica y condena las huelgas, las acciones de protesta, los ataques a esquiroles y empresarios.

En esta intoxicación, destaca el periódico oficial del nacionalismo, el Euzkadi, sostenido con el dinero de Sota que también financia el “amarillismo” de STV-ELA. De ahí, que el artículo de Gallastegi cayera en los medios conservadores del nacionalismo como una verdadera bomba (150 grs. de amosal, hubiera dicho Atutxa). Las reacciones del partido y las respuestas de los jóvenes nacionalistas pueden seguirse en las hemerotecas de la época y constituyen la primera muestra de una autoconciencia social, clara y determinada por la situación de la época, entre los nacionalistas mas jóvenes. Los aberkides denunciaron el sesgo españolista del capitalismo vasco, que criticaba la solidaridad con los obreros españoles, mientras hacía piña con el capitalismo español. Mostraron abiertamente que sus hermanos no eran solo los vascos, sino cualquier otro represaliado en Irlanda o en España, que luchara como ellos por la libertad social y nacional.

        Gallastegi se indignaba porque mientras los jóvenes comunistas eran acribillados en su sede, la burguesía bilbaina imitaba el glamour extranjero en el afamado paseo de coches de la Gran Vía. Frente a esta fiesta burguesa, llama al asalto de la policía “Fiesta de luto y sangre”. En tanto los periódicos de la ultraderecha (La Gaceta) despachaban el trágico suceso con un “pase lo que pase, la guardia civil siempre tiene razón”. Gallastegi marcaba sus diferencias con el comunismo, pero destacaba su simpatía con quienes se sacrifican por sus ideales. El mismo fue un idealista romántico. Un joven nacionalista, honesto y certero con lo que veía y denunciaba. Su medida no eran los votos, los escaños de poder, ni la buena acogida de los otros nacionalistas. Su referencia fueron las verdades nacionales y sociales. Su ejemplo, en este y otros casos, marcó una época y un camino. Fue uno de esos jóvenes idealistas necesarios para nuestra historia. Indispensables que surgen cuando parece que todo está perdido.

         Poco después, en los años treinta, serán los medigoizales del Jagi-Jagi quienes tomarían el relevo social y nacional de Aberri, en medio de otra crisis aún mas dura. Los mendigoizales, desde las páginas de su semanario o en los mítines de aquellos años, reafirmaron el anticapitalismo y la solidaridad social de los nacionalistas jóvenes con la clase obrera. Fue un precedente del movimiento aberztzale de izquierda, que con la fundación de ETA ha sido el eslabón que ha llegado a nuestros días.

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