El debate ideológico

Artículo de  colaboración para Eusko Lurra Fundazioa
escrito por  Ion Andoni del Amo

Construir una narrativa alternativa, articular una contra-hegemonía que abra un horizonte de cambio político y social. En esa estrategia se hace necesario refinar algunas cuestiones ideológicas, de cara a contrarrestar eficazmente las narrativas neoliberales dominantes, y articular esa narrativa contra-hegemónica de forma sólida. En esa narrativa alternativa, al tiempo, se ha de situar – y explicar – la labor institucional, como pasos hacia ese horizonte, reconociendo cuando sean solo pequeños avances, por sí solos insuficientes. Todo esto hay que decirlo.

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Gazte Asanblada Gaztetxean

El debate ideológico está siempre abierto, pero se agudiza y se hace especialmente necesario en la doble coyuntura actual, de cambio de ciclo político y de crisis de legitimación de las narrativas dominantes, tanto la global neoliberal en el ámbito socio-económico, como la nacional española en el marco particular del Estado. El debate constituyente de Sortu, aunque ni comienza ni finaliza la reflexión, marca sin duda un hito destacado.

Vamos a abordar unos breves apuntes sobre tres cuestiones – dejando al margen la de Europa – que nos parecen centrales, una del ámbito socio-cultural y otras dos del socio-económico. Las tres presentes también en el debate de Sortu, en tanto que lo están en la sociedad vasca, y algunas de ellas en el conjunto de los movimientos trasformadores. Finalmente añadiremos una reflexión general respecto a la orientación y proceso de debate, tanto o más importante.

Cultura vasca

eguzkiloreUn debate en apariencia conceptual (qué se entiende por cultura vasca: la que se hace en euskera, la que se hace en Euskal Herria…) apunta a uno de fondo, el complejo y vital papel de la cultura en la (re)composición de la hegemonía y como campo de disputas. Y una vez más a la articulación entre lo nacional y la transformación social.

La mayor parte de las vanguardias y movimientos artísticos y político-culturales, desde dada al punk o el pirateo, han clamado y actuado por una democratización de la cultura, por un arte de la vida cotidiana que aboliese la separación de esferas entre arte y vida, entre público y actor. Frente a la concepción burguesa y elitista del arte, realizar aquella exhortación de Lautréamont a que todo el mundo se convierta en artista, al Do it yourself. Una aspiración que se complica cuando la propia cultura de masas la realiza en parte, como apuntase Jesús Martín-Barbero, estableciendo un mecanismo de reconocimiento de la experiencia popular, al tiempo que un mecanismo de expropiación; todo lo que antes era vivido, señalará descarnadamente Guy Debord, queda convertido en representación, en espectáculo.

En el caso vasco, a estos conflictos y tensiones de democratización y (re)apropiación hay que sumar la situación de subordinación de la cultura euskaldun respecto a la dominante española, lo que ha conllevado que se articule principalmente como cultura popular. Y ello ha facilitado una fructífera articulación de lo euskaldun con lo popular y participativo, construyendo una potente contracultura durante los 80 y 90, especialmente en los campos musical y festivo. Cuando la misma parece decaer, se diversifican las orientaciones, hacia el mercado o lo institucional, algunas quizás salidas en falso.

De tal forma que varios son los debates abiertos: si en una situación que se percibe agónica para el euskera es el momento de una definición fuerte de cultura vasca únicamente como aquella que se hace en euskera, o es ideológicamente más coherente – y también estratégicamente para el euskera– una definición más abierta; si hay que priorizar el idioma sobre los objetivos democrático-populares; la relación con el mercado y lo institucional… (Re)Articular una (o varias) contracultura euskaldun popular y participativa, transformadora, en la que el euskera sea articulador constituye un reto de futuro. Complejo, sin duda, da para una tesis (…).

Lo público y lo comunitario

La mayor parte de las propuestas alternativas que se erigen frente a la ofensiva neoliberal y recortadora apelan sobremanera al mantenimiento o reforzamiento de lo público. Necesario ante el asalto final neoliberal, este énfasis en lo público-estatal, con todo, viene siendo objeto de críticas también por la izquierda incluso desde los tiempos gloriosos del Estado del Bienestar: la célebre cuestión del déficit fiscal, la burocratización, la desactivación de la sociedad civil, dirigismo y gubernamentalización…

Así, junto a esta orientación de énfasis estatista de la izquierda clásica, teóricos y activistas han formulado también un ‘principio de comunidad’ como alternativa político-cultural desmercantilizadora y de justicia social. Frente a un asistencialismo benefactor, la (auto) organización comunitaria, participada, o conceptos y formas de creación colectiva como el procomún.

En Euskal Herria esta formulación tiene raíces históricas, desde antiguas instituciones sociales como el batzarre y el auzolan, hasta una rica tradición autoorganizativa, del coperativismo al gaztetxe. Articular equilibradamente la defensa de coberturas sociales universales públicas con esa auto-organización comunitaria, sin que se anulen mutuamente, es un reto pendiente, y para el que la mirada hacia los procesos en América latina se hace ineludible.

Decrecimiento y transición

El provocativo término del decrecimiento apela directamente a la construcción del horizonte de futuro: ¿Es suficiente la defensa del Estado del Bienestar? Desde la toma consideración de los “límites del crecimiento”, el agotamiento de los combustibles fósiles y la deconstrucción de los mitos del progreso y el crecimiento, plantea la necesidad de un cambio profundo de modelo productivo, social y de valores. En esta línea se sitúan también las propuestas de las ciudades en transición (transition towns).

Las formulaciones más clásicas y estatistas, tanto de la izquierda política como sindical, han estado muy vinculadas ideológicamente a los mitos modernos del progreso y el crecimiento material. En la coyuntura de crisis actual, la apelación se hace al mantenimiento del Estado del Bienestar y a la inversión pública, cuando no directamente al “crecimiento y el empleo”. Las posiciones decrecentistas, aun cuando se asuman, se considera que no serían ‘populares’ o comprendidas. Sin embargo, parecen un proyecto más sólido respecto a los retos de futuro que algunos discursos que parecen apelar a un difícilmente sostenible retorno a la situación anterior. De tal forma que, de no asumirse ese reto ecológico, puede ocurrir la paradoja de que la narrativa neoliberal se postule como más ‘realista’ y reformadora, proyectando sobre algunas de las propuestas alternativas más keynesianas la imagen de un pasado ya insostenible.

Articular las perspectivas de justicia social, de defensa de lo público y la redristribución, con lo comunitario y lo ecológico, con un proyecto de transición ecosocialista hacia otro modelo productivo, social y de valores, permite situar las propuestas alternativas en una narrativa de cambio y un horizonte de futuro movilizador, más allá de la mera resistencia.

El debate

La construcción del Estado vasco es, evidentemente, el horizonte, una materialización del proyecto de cambio. Un Estado vasco que a estas alturas ya no puede limitarse a una abstracción formal o a una formulación estatista, ni mucho menos aplazar sus contenidos para después del ‘día D’. Ha de ser un Estado con contenidos, que sea capaz de articular los deseos de transformación social y a los sectores que trabajan por ello; que lo vean como herramienta para el cambio social. Omitir o aplazar los contenidos, más en la situación actual de ofensiva neoliberal, no es una posición neutra aglutinante, es también una caracterización política determinada. Es más, ni siquiera las formulaciones insistentes en la estatalidad – con merecida mala reputación entre algunos sectores – puede que sean las más adecuadas: el debate mejor podría formularse y centrarse en torno al modelo de sociedad que queremos, que construiremos, para lo cual el Estado vasco no sería más que su formalización final, no un a priori que puede resultar problemático de entrada para algunos. Debatir sobre contenidos más que sobre la necesidad del Estado vasco, dando ésta por sobreentendida, puede resultar más aglutinante, o aglutinar a sectores más interesantes para acometer al tiempo una transformación social.

Y es que en este caso también, tan importante como la construcción del horizonte final, que lo es, resulta la del camino. La doble coyuntura de cambio de fase política y crisis económica abre oportunidades para el cambio y la construcción de narrativas y horizontes alternativos. Y para la movilización social. Es cierto que en este país hemos dedicado quizás demasiado tiempo a hacer y movilizarse, y que toca también pensar. Pensar sí, pero no pararse a pensar. En un ciclo de protesta en Europa, especialmente en el sur, no puede ser que quienes más capacidad – con diferencia – de movilización y resistencia han mostrado en las últimas décadas se desmovilicen ahora. Pensar, cambiar de estrategia y movilización no son incompatibles. Es más, debate es activación social, aunque nos pueda salpicar algún reproche en el camino; sólo si el debate transciende círculos restringidos, se extiende e implica activación social, puede activarse un marco de cambio. La participación en un proceso de cambio y redefinición, de ser participes de la construcción de un nuevo marco colectivo y modelo de sociedad es la gran aportación que conlleva el proyecto de construcción del Estado vasco. El trabajo ideológico, de construcción de narrativas alternativas, no se hace solo desde púlpitos políticos e institucionales, que también, sino extendiendo el debate social. No hay que tenerle miedo a la proliferación del debate, ni tratar de disciplinarlo, sino todo lo contrario, indisciplinarlo e irreverenciarlo. La habilidad (contra) hegemónica consiste precisamente en estimularlo, y articularlo.

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